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Educación financiera para mujeres: Crónica de una dependencia anunciada

 

Publicación original forbes.ec

Como educadora, siempre he pensado que la educación en las escuelas es el mejor camino al desarrollo. He participado activamente en programas de educación que la señalan como el arma más poderosa para cambiar el mundo. Hoy, después de muchos años y de entender la pobreza multidimensional de mi país, estoy convencida de que, sin acceso a oportunidades financieras, la educación por sí sola, así sea de la más alta calidad, no puede cambiar condiciones sociales ni de desarrollo. E incluso más si hablamos de educación financiera para mujeres.

La radiografía de la situación del Ecuador es la siguiente: 54 % de las mujeres indígenas está en situación de pobreza, el desempleo es 38 % mayor en las mujeres que en los hombres, y en la ruralidad las mujeres tienen un desempleo del 79 % en relación con los hombres. La custodia de tierra productiva en Ecuador solo está en 25 % a nombre de las mujeres (RIMISP, 2018), a pesar de que muchas veces ellas son las que más trabajan en las tierras y cuidan de los animales, en muchas ocasiones la falta de acceso a educación financiera evita que tengan un protagonismo.

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Educación financiera para mujeres: Crónica de una dependencia anunciada 2

La realidad es muy dura, y si no cambiamos las condiciones para que esas mujeres, tomadoras de decisiones en sus hogares, no tengan oportunidades, los otros esfuerzos serán en vano. Ellas son con frecuencia las responsables de la desnutrición crónica infantil, como también si sus hijos van o no a la escuela. ¿Pero qué deuda tiene la sociedad con esas mujeres? Si queremos un desarrollo verdadero, debemos enfocarnos en este problema multifactorial, el cual venimos arrastrando por siglos. 

Uno de los problemas más profundos es el enfoque de la educación financiera para mujeres desde la infancia. Desde pequeñas, las niñas van construyendo una relación malsana con el dinero. Las estructuras familiares y sociales les enseñan que las finanzas del hogar y del negocio son cosas de hombres. Tan pronto contrae matrimonio, la mujer empieza a ser dependiente económica, sin huella bancaria. Ella trabaja en el hogar, en el campo, con los animales o el negocio familiar, y con frecuencia se asume que no debe recibir sueldo del negocio familiar. El hombre, como cabeza de familia, administra y “cubre” los gastos del hogar, pero la mujer es una empleada no remunerada, esclava de decisiones financieras ajenas. 

Resulta que las mujeres, incluso si tuvieran todas las herramientas, por lo general no son sujetas de crédito para las instituciones bancarias. Según la base de datos Global Findex del Banco Mundial, las mujeres tienen 15 % menos de probabilidades de tener una cuenta bancaria en una institución financiera formal, en comparación con los hombres; por lo tanto, reciben créditos que en promedio son la mitad de los valores que los hombres han solicitado, ymantienen saldos de ahorro cuyo promedio es menos de dos tercios que el de los hombres (ONU Mujeres, 2017). Hay un fenómeno invisible en el que la mujer, por su poco alcance educativo y las normas sociales, ni siquiera se acerca a pedir el préstamo o para regularizarse como bancarizada. A menudo esas mujeres dependen de un hombre para invertir, crecer o tomar decisiones financieras. 

Esas mujeres sin libertad, sin oportunidades, no van a salir del ciclo de la dependencia financiera que las lleva a someterse a abusos físicos, psicológicos o financieros por su invisibilidad en el sistema. Se crea así un círculo vicioso. Y como las mujeres no tienen acceso a crecer, no toman decisiones, por lo que son más vulnerables a quedarse en negocios de poco impacto, poco rendimiento y alta rotación. Según la Organización Mundial del Comercio (World Trade Organization), 82 % de las mujeres depende de familiares para acceder a préstamos, y un 40 % de los negocios liderados por mujeres no supera los diez empleados. 

La propuesta para romper estos ciclos es insertar la educación financiera como materia obligatoria a nivel escolar, y paralelamente contar con mujeres como asesoras financieras que puedan ser, además, modelos referentes para que cientos de otras mujeres cambien sus comportamientos financieros, cambien su relación con el dinero y así impulsen una reacción virtuosa con consecuencias positivas en cadena para el desarrollo. El mundo se está perdiendo el potencial de negocios de tantas mujeres, que con las oportunidades disponibles podrían abrir mercados y ser fuente de desarrollo económico y social para el país. 

Claudia Tobar

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